domingo, 21 de octubre de 2012

La moral sometida a lo político.



Subordinar la cuestión política al sentido moral personal o grupal es una de las variedades del razonamiento oligarca, pues es la presunción de que una "verdad" que se posee es suficiente para saldar una cuestión política (que nos compete a todas y todos).

Este razonamiento, el subordinar lo político a lo moral, está enquistado en la base misma de nuestra civilización, y aflora a la materialidad de las calles, las habitaciones y las gargantas de cuando en cuando. Un caso emblemático y reciente en nuestro país fue el matrimonio igualitario, donde pudo verse de forma clara cómo algunos sectores eran absolutamente reacios a deponer sus valoraciones morales en pos del juego democrático, y de igual forma (aunque quizás con menos claridad) se trasluce en el debate de la despenalización del aborto, donde los argumentos de la negativa se reducen únicamente a valoraciones morales.

En la medida que las democracias se profundizan y las definiciones políticas morales comienzan a ser puestas en jaque por el avance del razonamiento científico-social de las mayorías (es decir, el entendimiento del ser humano como ser social y no como mero individuo), la contradicción entre moral y democracia se va agudizando, y necesariamente, tarde o temprano, termina imponiéndose la voluntad mayoritaria, que no necesita del disfraz moral para afirmar su deseo.

Y así sigue avanzando, con más o menos velocidad, el sistema democrático, hasta que llega el momento en que una minoría se cansa de ceder en sus intereses y levanta, mediante la justificación moral, el uso de la fuerza en contra de la democracia. En esos momentos es aún más preciso mantener la frialdad, y responder a las justificaciones morales reaccionarias con fundamentaciones económico sociales y herramientas políticas que defiendan los intereses mayoritarios.

En los años 70 en Argentina sucedió que tanto los grupos armados de izquierda como el terrorismo estatal (y los aliados circunstanciales de ambos) llevaron adelante un discurso moral, dejando de lado la búsqueda del consenso mayoritario a través de la observación social. Por parte de las fuerzas reaccionarias era inevitable, es la forma en que siempre funcionan a falta de razonamientos atractivos que permitan justificar la necesidad de reducir empleos y salarios, empeorar las condiciones laborales, entregar riquezas públicas, asesinar libre pensadores, etc. Gran parte de las organizaciones armadas revolucionarias, en cambio, pecaron, a mi juicio (y el de varios), de sentimiento oligarca al querer justificar mediante dogmas morales la aceleración de un proceso histórico, y fue así que no supieron interpretar la voluntad de las mayorías que eran, en principio, sus aliadas naturales.

El golpe sin dudas hubiese acontecido de igual manera, como sucedió en Chile. Pero de todas formas es importante hacer esta lectura, porque el error se sigue repitiendo cuando agotamos en dogmas la justificación de nuestras demandas. Si estamos convencidos de la conveniencia popular de nuestras demandas, expliquémoslas y construyamos las formas políticas y el entramado social para llevarlas acabo, no agotemos nuestras reivindicaciones en teoremas abstractos y conceptos morales. Construyamos conciencia de pueblo, y serán entonces, los mismos pueblos, quienes escriban la historia.

Foto: "Cordobazo", 29 de mayo de 1969.

jueves, 5 de julio de 2012

Creemos el mundo, juntos




Hoy me agarró una noche de esas en que saco el blog de hojas donde dibujé una serie de líneas, que no llegan a ser verdad, pero que me alcanzan para agarrar un vaso de vino, mirar a los ojos a un amigo, y gritarle el retruco sabiendo que no hay nada más importante en la vida que hacerle creer, con movimientos microscópicos y un poco de telepatía que desea ser cierta, que tengo en mis manos un ancho de espadas, y no ese cuatro de bastos que me mira con admiración y un poco de lástima.

Reviso las líneas, freno para rascarme un poco la frente y ya voy recordando lo que significan. Admito con cierta frustración gastada que caigo en el cliché repetido por siglos y siglos de querer pensar que estamos viviendo la prehistoria de la humanidad. En un dejo de existencialismo amoral me regodeo admitiendo que no niego la posibilidad de que esa línea sea errónea, que puede ser que no sea la prehistoria, si no que esta es la humanidad, que así fue y que así será hasta que perezca ¿Por qué no? Nada me da la certeza de que necesariamente tengamos que superarnos, no hay por qué estar convencido de que vayamos a alcanzar, como raza, una concepción distinta, donde elijamos vivir en armonía, abrazando la idea de entendernos como seres sociales y no meros individuos.

No obstante, una vez más, elijo dejar de lado el escepticismo y abrazarme con fuerza al deseo caprichoso de luchar por ese cambio ¿Por qué? Bueno, básicamente por capricho, por el profundo deseo de abandonar la soledad de millones de individuos que nos paseamos ensimismados sin elegir, sin poder elegir realmente, cómo queremos vivir.

Claro, bien yo sé que con eso no alcanza. Entiendo que mi capricho no es herramienta suficiente, por sí sola, para encaprichar al mundo. Acepto que el voluntarismo no alcanza cuando jugamos en una humanidad que exige certezas, o cuando menos, exige algunas líneas que den esperanza, que nos permitan creer que no saltamos al vacío, porque hasta los poquitos adornos que tenemos para maquillar esa profunda soledad son un tesoro al cual a veces, nos cuesta renunciar. Y sí, claro, también están los coros conservadores. Esas voces estridentes, burdas y poco trabajadas, que nos gritan, constantemente, que nos abracemos a ese maquillaje, y que nos conformemos con trabajar duro, o engañar con inteligencia, para poder comprar un poco más de rimel y de base, o un coche, unas zapatillas y un plasma, que en esta bolsa todo da igual.

No, no te pienses que soy tan ingenuo. Yo tengo bien clarito que para jugar este juego hay que dibujar un hermoso cuadro, hecho de líneas que digan hacia dónde y cómo. Hacia dónde y cómo son las dos grandes preguntas de la humanidad... Hay! Si pudiéramos sentarnos un rato, unos cuantos ratos, en una ronda inmensa de muchos mates, a preguntarnos con honestidad cómo mierda salir de esta prehistoria solitaria... Entonces, todo sería más sencillo. O quizás no, seguramente no más sencillo, pero sí más fuerte, más bello, más caprichosamente divertido. Pero ahí están, ahí están las voces diciéndonos que no, que eso no sirve, que eso ya fue, que ya se intentó y se perdió y la que nos queda es trabajar para comprarnos un departamento hipotecado en Floresta, donde poder vivir con una compañera de fierro, de esas con las cuales da gusto compartir un vino en la cena, y desayunar unos mates con bizcochos y quizás un licuado, si es que alguno después de un mañanero en la ducha tuvo ganas de mezclar frutas y leche, o agua. Hay... todo eso es muy lindo, sí, no lo niego, pero yo también quiero que hagamos la revolución.

La revolución... ¿Para qué y cómo? Uf, carajo, qué responsabilidad! Claro está que no me da la talla para calzarme ese guante, pero puedo adivinar algunas líneas, porqué no, si total vos tenés un borrador y a mí no me ofende que me critiquen, que esa moralidad individualista, por suerte, ya la vamos dejando atrás.

¿Para qué vamos a revolucionar el mundo? Bueno, a mí se me antoja que vale la pena luchar para salir de esta realidad en la que nos entendemos como individuos que competimos contra todo. Competimos contra la pobreza, contra los vecinos y las vecinas, contra la soledad, contra "la competencia", contra la naturaleza, e incluso contra la muerte. Quizás, como dicen algunos, simplemente competimos contra la muerte, y todas las demás competencias son sólo el disfraz de ese miedo solitario que no podemos asimilar.

Es un capricho, claro, un deseo. El de vivir en un mundo donde nos entendamos como seres sociales y naturales, donde nos animemos a admitir que los demás, que la naturaleza toda influye en nosotros mismos, y que solo seremos capaces de elegir cómo vivir si elegimos cómo convivir. Y que la única forma en que podemos realmente elegir cómo convivir y, por ende, cómo vivir, es que la mayoría nos pongamos de acuerdo, nos organicemos, y enfrentemos a esa pequeña minoría que siempre se va a resistir, abrazada a su maquillaje, a dejar que los demás podamos elegir.

Tengo la clara idea de que la inmensa mayoría de la humanidad compartirá conmigo ese para qué. Quizás con otras palabras, quizás resaltando más una competencia que otra, o cambiando el enfoque y hablando de opresión en vez de competencia, aunque son dos caras de la misma moneda (y sí, algún cliché hay que meter). Cientos, miles y millones de personas han planteado muy diversos pero similares porqué, ya sea en grandes obras de la humanidad, o bien en charlas de café, o de recreo de fábrica, o recogiendo espigas en algún campo recién cosechado. La pregunta más jodida, claro, es el cómo, porque esa respuesta cambia a cada rato. El porqué es más o menos igual a lo largo de la historia, pero el cómo, ese no para de cambiar, porque claro, los coros conservadores van cambiando y también la realidad material.

¿Cómo, cómo, cómo...? Pensemos. Yo tengo alguna idea, como muchos, como muchas. Pensemos juntos, creemos juntas, juguemos a transformar el mundo, para poder elegir.

lunes, 9 de abril de 2012

Del capricho y la moral




El capricho es un concepto devaluado, y creo que ahí está el mayor engaño de la cultura mundial. Al capricho se lo juzga, se lo señala y se lo desprecia porque se lo teme.

Hay toda una corriente de pensamiento, desde oriente hasta occidente, que afirma que el capricho es pueril, es bajo, es débil ¡Qué infamia! Nada más fuerte existe que el capricho, la voluntad afirmándose a sí misma, prescindiendo de máscaras morales y cuentos metafísicos; el hacer, simplemente, porque se quiere.

No hay en el mundo fuerza o arma capaz de contener un capricho ajeno, y por eso se lo juzga moralmente, por eso la moral juega aquí su rol definitivo: intentar que el capricho se niegue a sí mismo, que la misma voluntad caprichosa se reprima. Es este, y no otro, el más profundo papel de la moral actual: reprimir a las voluntades fuertes, incontenibles, reprimir el potencial creador de la humanidad.

¿Es necesario reprimir el potencial de la humanidad? Creo que no, porque de hecho, quienes más sufrimiento generan a la humanidad son quienes menos se reprimen, quienes tienen más poder. La moral es (al menos hoy) más una herramienta de contención al servicio del statu quo, que un camino de redención para la humanidad. La moral, en los pueblos organizados, supo adaptarse a las necesidades de esos mismos pueblos. Hoy los pueblos no estamos organizados, y las morales no responden a nuestras necesidades colectivas.

Hoy día, con contadas excepciones (como tal vez la mayoría de los cubanos), la moral no está signada detrás de un objetivo (en el caso de Cuba la resistencia al imperialismo), simplemente porque no tenemos objetivos comunes. Vivimos mayoritariamente inmersos en morales hereditarias, que han perdido de vista su finalidad, que no nacen ya del consenso de un pueblo, y son utilizadas, tergiversadas y manipuladas para defender diversas posiciones. Así, quienes utilizan el término "libertad" para defender algunos intereses, niegan el mismo término cuando es utilizado en contra de sus propios intereses. Así, quienes niegan la legitimidad de la violencia, la utilizan cuando es útil a sus intereses.

La amoralidad (no la inmoralidad) es, entonces, hoy día, la verdadera cara de la humanidad. En un mundo globalizado, donde las fronteras son un obstáculo para la mayoría de las personas, y una herramienta de poder para unas pocas, la moral juega un rol represivo, una tradición que muchas veces impide que nos pongamos de acuerdo en objetivos comunes, por diferencias heredadas y re-creadas sin ser cuestionadas.

¿Niego entonces la utilidad de la moral? ¿Niego su existencia para siempre? No, pero sí niego a la moral como finalidad, y la entiendo como medio ¿Para qué sujetarnos a una moral sin antes haber trazado un objetivo al cual sirva esa moral?

Creo que debemos prescindir de los restos morales hereditarios que nos impiden acercarnos, para poder generar, en conjunto, objetivos. Objetivos comunes que nos permitan luego, sí, trazar las reglas morales necesarias para lograrlos. Entendiendo esas reglas no como verdades eternas, si no como meras herramientas sociales. Sosteniendo sí, si se desea, reglas morales individuales "extras", pero no buscar imponerlas, generando así la imposibilidad de organizarnos. Para esto, claro, tenemos que volver a entendernos como seres sociales, comprendiendo que el otro no es el cerco de nuestros derechos, si no la base de los mismos ¿Qué derechos tendríamos sin sociedad? Entender también que la creación social es infinitamente más poderosa y satisfactoria que la creación individual. Creo que esa es la única forma que tenemos, los muchos y muchas, de agruparnos y lograr decidir el modo en que queremos vivir, en que queremos convivir. Porque si no, nuestro estilo de vida social seguirá siendo determinado por una pequeña minoría poderosa a la cual no le interesa lograr una convivencia armónica. Una minoría que utiliza la moral como herramienta, y la utiliza, repleta de contradicciones, para someter ¿Consciente o inconscientemente? No lo sé, debe haber de ambas.

Y aquí llega la pregunta final, que no es, en realidad, más que la pregunta inicial ¿En qué mundo queremos vivir? Podemos buscar la respuesta, buscarla juntos, y encapricharnos. Abrazarnos al capricho y afirmarlo en cada respiro ¡Queremos cambiar el mundo! Lo podemos hacer, y lo vamos a hacer.



Bonus track (solo para ñoños y ñoñas):


Para mis amigos marxistas ortodoxos: mi más profunda diferencia con ustedes radica en que muchas veces predican una moral como verdad, trazando así de manera individual el objetivo colectivo(el socialismo, en su caso). Algo que, vale la pena aclarar, no considero "moralmente malo", si no, inútil. Esperar a que la inmensa mayoría de la humanidad aceptemos el objetivo que ustedes nos ofrecen, es estúpido, lisa y llanamente. Creo que cada día se hace más evidente la necesidad de que los objetivos los tracemos de manera colectiva, utilizando las herramientas teóricas, por supuesto, todas las que estén al alcance.

Para mis amigos nietzscheanos: siguiendo con el hilo anterior, entiendo que Nietzsche pifió en parte su "profecía", probablemente por no prestar suficiente atención al materialismo histórico. Nietzsche no advirtió que, cuando las condiciones materiales llevaran al ser humano a prescindir de la moral como verdad, a recuperar su autonomía creadora (algo que él no pudo encarnar), no lo haría en individuos aislados, si no que esas condiciones objetivas se replicarían en muchas subjetividades, y cada vez con mayor frecuencia, por lo cual la fuerza creativa podría llevarse de la mera voluntad individual, a la voluntad colectiva, logrando un potencial vital muchísimo más fuerte y sólido. Tengo el vago recuerdo de haber leído algún texto de él en este sentido, pero como fuera, siempre hizo hincapié en la individualidad como fuerza creativa. Una desesperanza, tal vez, al vivir en un mundo tan extremadamente disfrazado.

viernes, 24 de febrero de 2012

No rompas las bolas




    "No te metas" es una construcción interesante. Ni bien la leemos, todos (salvo el colgado de siempre) sabemos que se refiere a "la política". La continuación de la frase fue cambiando con el tiempo. Durante la última dictadura, y durante los años anteriores, la frase era "No te metas o vas a ser boleta", luego, volvió la democracia y hubo un tiempo bello en el que "No te metas" se disimuló un poco, y con el menemismo volvió a pleno: "No te metas, eso es para chorros". O su gemela: "La política es para hijos de puta".

     En el 2001, cuando estalló todo a la mierda, se metieron muchos. Se metieron desordenadamente, se metieron inorgánicamente, se metieron como pudieron. A partir de entonces, empezó a surgir un actividad más fuerte desde la juventud. Es algo cíclico, que se puede seguir a lo largo de nuestra historia.

     Sin embargo, no se puede negar que este gobierno ha tenido políticas dirigidas hacia la juventud. Entre ellas, la creación misma de una agrupación como La Cámpora. Esta agrupa tiene características interesantes, ha tenido un desarrollo territorial importante, y una participación en espacios de poder, y en los medios, que es envidia del resto de las agrupaciones kirchneristas.

     Ahora ¿Qué tipo de participación ofrecen estos espacios? Sobre esto ya publicó alguna vez el Popurrí. El kirchnerismo se jacta de haber terminado con el "No te metas", negando así el hecho de una juventud que se levanta por su propia inercia, por su mandato temporal y cultural, a lo largo y ancho del mundo. Una juventud que es, en sí misma, por sus intenciones y su potencialidad, superadora de la mayoría de los líderes políticos actuales. La dirigencia kirchnerista se cuida muy bien de no contar que su anhelo máximo es cambiar ese "No te metas" por un llano y simple "Metete pero no jodas". La intención es doble. Por un lado, intentar contener el instinto cuestionador de la juventud, y por el otro, hacerse de una masa de apoyo militante. Es un círculo perfecto para conservar el estado de las cosas reteniendo las fuerzas de cambio ¿Es un círculo perfecto? Lo dudo, pero veremos.

     A pesar de ya haber escrito al respecto, hoy me parece importante hacer nuevo hincapié ¿Por qué?  Porque hoy veo a "jóvenes k" que hacen malabares para justificar su posición: "No, si, hay que estatizar los trenes", "Sí, también hay que hacer algo con las mega mineras que primarizan la economía y se llevan ganancias impresionantes al extranjero", "Si, si, también es verdad que hay que recuperar el control sobre los hidrocarburos porque las concesionarias nos vaciaron y no invirtieron nada". Esta parte, claro, es la parte más formada de la militancia kirchnerista, está conformada por quienes han ido armando, con el tiempo, una ideología propia, una concepción propia del Estado, del Gobierno y de la relación entre ambos.

     Hoy se ven, claramente y a grandes rasgos, dos tipos de militantes oficialistas. Por un lado tenemos a quienes adhieren absolutamente a toda línea que baje de la dirigencia (incluso defendiendo a siniestros como Schiavi). Son aquellas y aquellos que compraron realmente el "Metete pero no jodas", que se contentan con pertenecer, que militan por una cuestión de afecto, y no de voluntad de cambio. En el Popurrí no se juzga moralmente, simplemente se busca describir para entender.

     Por el otro lado, se ve a una buena porción de esa militancia pensando. A ellas y a ellos, en gran medida, humildemente, les escribo. No con soberbia, si no con esperanza. Les escribo no para decirles que se vayan de ahí, que vengan acá, que se muevan para allá, o que se vayan a cagar. No, les escribo para pedirles, como compañero, que jodan, que rompan las pelotas.

     Quiero pensar, que si su dirigencia no decide terminar con el aparto asqueroso de las privatizaciones ferroviarias ahora que las tiene tambaleando, que si en vez de estatizar YPF, se conforman con hacer una empresa mixta (nacional, pero mixta) como pidió Dromi hace unos meses, que si en vez de escuchar a los pueblos cordilleranos y los Pueblos Originarios, deciden seguir dejando entrar a mineras saqueantes y contaminantes, espero, que si eso es así, se planten y manden a todos a la puta que los parió. Lo espero, para seguir siendo compañerxs, aunque nos separen banderas.

jueves, 23 de febrero de 2012

Quisiera

     Hay un saber popular, que no se dice pero se comparte, es uno que asegura que intentar sumar porotos propios de la desgracia ajena es de mal gusto. Este saber, cuando entra la muerte en juego, se pone más duro, y dice que es de hijo de puta aprovechar la muerte ajena para beneficio personal. Y sí, yo estoy de acuerdo, sería muy cínico y sorete aprovechar las (por ahora) cincuenta muertes de Once para buscar quedar bien en la opinión pública.
     No obstante, creo que hay algo que no se puede negar, y es que de estas muertes (y de la muerte en general) sí se pueden sacar réditos. Es de la muerte de donde la humanidad más aprende, aprende lo que va y lo que no va, aprende hasta donde sí y hasta donde no. Y es en este sentido, me parece, que nos toca hacer un ejercicio ¿Hasta dónde vamos a seguir aguantando?
     Quiero que quede claro, doblemente claro, que no hablo acá de la Presidenta, del kirchnerismo, del yeta Carlitos, de los soretes de Schiavi y Cirigliano, de nadie puntual. Cada una y cada uno tendrá más o menos sus propios culpables. Acá intento ir más allá, intento invitarnos a pensar un poquito más lejos de las culpas, intento invitarnos a pensar, juntos, entre todas y todos ¿Cómo mierda hacemos para que estas cosas no pasen más? Sí, las desgracias pasan, pero pasan mucho más seguido y de forma mucho más terrible cuando las ayudamos.
     Esta tragedia asistida pone sobre el tapete uno de los lugares más oscuros de nuestro Estado, de nuestro país, de nuestro día a día. Un lugar donde se puede ver, en escala media, lo más podrido de nuestra historia reciente, pero también lo más hermoso de nuestra historia no tan reciente. A través de los ferrocarriles podemos viajar, no sólo en el espacio, si no también en la historia. Podemos ver nuestro pasado y, también, a partir de lo que hagamos con ellos, podremos ver nuestro futuro.
     Los ferrocarriles son, en cierta medida, y creo no exagerar, la columna central de nuestra historia económica y social. Aquí, en el conurbano, nos han enseñado que los trenes son ese transporte barato y choto que nos lleva cada día al laburo. Lo cierto, es que fueron mucho más, y que deben volver a ser más si pretendemos solucionar algunos de los grandes problemas de nuestro país.
     De verdad les digo, estoy muy mal, desde ayer que estoy acongojado, triste, enojado, frustrado. Me duele en el pecho que cincuenta personas se hallan muerto porque nos dejamos estar. Porque es así, nos dejamos estar, nos dejamos ningunear, nos dejamos tratar como ganado, nos dejamos robar y, como si fuera poco, nos dejamos matar ¿Hasta dónde vamos a seguir aguantando?
     Tengo la esperanza, quizás desmedida, de que a esta tragedia asistida se le pueda dar un poco de ¿sentido?. No, no es sentido, pero quisiera que al menos sirva para algo. Quisiera que sirva para que aprendamos, quisiera que sirva para que pensemos juntos, quisiera que sirva para que nos planteemos construir un país más digno, más alegre, donde lo público sea espacio de encuentro y no un "garrón" que nos tengamos que comer para ir a laburar; y no un lugar de lucro para unos pocos; y no un lugar de muerte...
     Quisiera que soñemos con recuperar nuestros ferrocarriles y con ellos nuestra dignidad, quisiera que nos propongamos intentar hacer de nuestros sueños una realidad, quisiera que transformemos el deseo en acción. Quisiera, y quisiera que vos también lo quieras.

martes, 29 de noviembre de 2011

Final del juego


Edenizar. Edenizar viejos amores es lo que hago.

Ya no recuerdo cuando fue que decidí ser solo una sombra de mí. Tal vez borré como sin querer el instante aquel en que renuncié a vivir como si valiera la pena. Ahora edenizo.

Me levanto, no tan temprano, y paso mi mano sobre las sábanas pensando en aquella pelirroja en cuya cama perfumada amanecí tantos soles. Cierro los ojos cinco minutos para ver, antes de levantarme, ese escarlata furioso acariciando su espalda. .

En la ducha, mientras me enjabono suavemente, recuerdo las mañanas de sexo húmedo que, en aquella bañera celeste y de corte colonial, supimos compartir con una gringa de ojos verdes.

A la hora del café, mientras la taza humea en mis manos - hoy ya más viejas que por entonces - la pienso a ella, LA colombiana, y sus desayunos de frutas tropicales y expresos casi tan negros como su pelo.

Mientras alterno entre los diarios y algún libro de moda, aprovecho la mañana atajando vientos en el parque, al tiempo que mi mente me retrotrae una y otra vez a esa mesera de modales fuertes y reacciones exageradas, que ocultaba sus agudas reflexiones a los ojos mundanos del prejuicio habitual.

A la hora del almuerzo me pego una viaje para el norte del Perú, me encuentro buscando sombras en la cocina de mi departamento porteño para esconderme del sol abrazador que baña las costas norteñas del país del Inca. En la silla vacía que se posa frente a mí, la dibujo cada día a Diana, morena de cinturas anchas, que sacude al son de una música que solo escucha ella, pero que disfrutamos los dos.

Luego en el trabajo, mientras ataco sin ganas las teclas gastadas de algún viejo computador, me refugio en el regazo amplio de Marta, esa que mis amigos de adolescencia llamaban "la vieja". Me recuerdo de sus cariños suaves, que si no fuera por la lujuria con que se disfrazaban de tanto en tanto, podrían haber sido confundidos por maternales.

Hace ya unos años que he dejado de merendar, y será por ello que pienso cada vez menos en esa inglesa de ojos celestes, que detrás de su cara angelical guardaba un mar de reproches enfermizos. Bien sabía ella complementarse con exquisitos besos para adormilar mi orgullo, un te agridulce que algún día me cansé de tomar.

Ya en las cenas, cada vez más tempranas, me encuentro con Isabella en algún punto de la Italia, y me pierdo en su figura y sus pastas mientras devoro, adormecido, alguna comida descongelada.

Luego, tras un día de viajes, de caricias en jóvenes pieles hoy ya marchitas, entro en mi habitación. Me saco los zapatos, los pongo junto a la cama para evitar problemas, y me desvisto silenciosamente con las luces apagadas. Doblo mi ropa y la acomodo en una silla mientras decido, una vez más, no lavarme los dientes en señal de protesta idiota contra el destino.

Entro en mi cama lo más suavemente que el cuerpo me lo permite, y empiezo mi pelea contra el insomnio sin siquiera tocar a Marta, esa vieja chota, por temor a despertarla y que ella intente, una vez más, infructuosamente, despertar a esta chota vieja.

martes, 8 de noviembre de 2011

Simbolismo goloso -


Durante años me manejé con ellos bajo el sistema más anárquico y desconsiderado. Los repartía a diestra y siniestra sin ningún tipo de contemplación más que mi propio gusto, es decir, básicamente, ofrecía aquellos que menos me gustaban. De pequeño regalaba los verdes menta, luego los naranjas y amarillos, y más tarde los rojos y azules (si, se que es extraño regalar los rojos y azules).


Sin embargo, todo eso cambió. Descubrí, en el transe de la fila de un Correo Argentino, la analogía sexual implícita en la cándida inocencia de los caramelos Sugus. Ahora que la percibo, me resulta inentendible el hecho de que pasara tanto tiempo desapercibida.

Lo que al principio se me mostró como una idea divertida, fue con el paso de las horas tomando mayor sentido, y terminó de corroborarse al ponerme en contacto con las máximas autoridades nacionales de Arcor.

La cuestión es sencilla, los famosos masticables traen aparejados un sistema de declaración de interés sensual y/o sexual que toma, como referencia, las luces del semáforo.

El verde menta es la señal de avance, que puede ser un guiño de aprobación o bien un llamado de apareamiento, dependiendo claro, del conocimiento o no de la reciprocidad del sentimiento. Este caramelo refrescante, invita al contacto al tiempo que permite sortear incómodas situaciones provocadas por molestas gingivitis o empanadas de carne.

El amarillo, limón, es el caramelo más hijo de puta. Es, por supuesto, menos que todo, pero también más que nada, el famoso limbo de la incertidumbre. Quien lo recibe no sabe si debe acelerar o clavar los frenos. Puede que si acelera llegue a tiempo, o puede que se la ponga de lleno contra un 60 ¿Y si frena? Y si frena, tal vez se pierda la oportunidad de cruzar la línea de gol y abandonar la masturbación patética del amorío platónico. O quizás si desacelera el amarillo finalmente pase a verde... ¿Cómo saberlo? Por otra parte, quien otorga un sugus amarillo también corre riesgos. La vaguedad de su mensaje, la incapacidad de tomar posición puede provocar que nos roben un beso no deseado, o que claven los frenos cuando la intención era invitar a acelerar. Agrio y de ácido humor es, sin dudas, la opción preferida del histericismo, y puede significar la pérdida de cordura para más de un neurótico.

Llegamos, finalmente, al rojo. Un NO rotundo, pero que desde Arcor se apuran en aclarar que es "con estilo". Un rechazo con gusto a frutilla, como para endulzar la amargura del desamor.

Es alarmante pensar cuántas veces habremos desestimado el profundo significado simbólico de nuestro reparto indiscriminado de sugus... Sin embargo, como decía Nietzsche, arrepentirse es tan estúpido como morder una piedra, y es por eso que no nos queda más que mirar hacia adelante.

Vale la pena, ya que estamos, desmentir un par de teorías que podrían haber sido implantadas por la competencia de la prestigiosa empresa de Arroyito, Córdoba.

En muchos portales de internet se puede leer, con el énfasis exagerado de quien sabe estar mintiendo, que el caramelo naranja representa un cruce entre el rojo y el amarillo, y que claramente habría heredado la inexactitud de su ascendente limonero. En los mismos sitios web se dice que el verde clarito es el famoso "te quiero... como amigo", una suerte de rojo que por vergüenza se vistió de verde esperanza, una patada en el culo con olor a manzana.

Sin embargo, Arcor se ha encargado de desmentir estos rumores aseverando que tanto el naranja, como el manzana y el ananá, son "caramelos sin contenido simbólico", cuyo sentido es permitir que los consumidores puedan compartir caramelos con sus familias sin tener que analizar fenómenos como los de Edipo o Electra, ni tener que sentirse incestuosos.