domingo, 21 de octubre de 2012

La moral sometida a lo político.



Subordinar la cuestión política al sentido moral personal o grupal es una de las variedades del razonamiento oligarca, pues es la presunción de que una "verdad" que se posee es suficiente para saldar una cuestión política (que nos compete a todas y todos).

Este razonamiento, el subordinar lo político a lo moral, está enquistado en la base misma de nuestra civilización, y aflora a la materialidad de las calles, las habitaciones y las gargantas de cuando en cuando. Un caso emblemático y reciente en nuestro país fue el matrimonio igualitario, donde pudo verse de forma clara cómo algunos sectores eran absolutamente reacios a deponer sus valoraciones morales en pos del juego democrático, y de igual forma (aunque quizás con menos claridad) se trasluce en el debate de la despenalización del aborto, donde los argumentos de la negativa se reducen únicamente a valoraciones morales.

En la medida que las democracias se profundizan y las definiciones políticas morales comienzan a ser puestas en jaque por el avance del razonamiento científico-social de las mayorías (es decir, el entendimiento del ser humano como ser social y no como mero individuo), la contradicción entre moral y democracia se va agudizando, y necesariamente, tarde o temprano, termina imponiéndose la voluntad mayoritaria, que no necesita del disfraz moral para afirmar su deseo.

Y así sigue avanzando, con más o menos velocidad, el sistema democrático, hasta que llega el momento en que una minoría se cansa de ceder en sus intereses y levanta, mediante la justificación moral, el uso de la fuerza en contra de la democracia. En esos momentos es aún más preciso mantener la frialdad, y responder a las justificaciones morales reaccionarias con fundamentaciones económico sociales y herramientas políticas que defiendan los intereses mayoritarios.

En los años 70 en Argentina sucedió que tanto los grupos armados de izquierda como el terrorismo estatal (y los aliados circunstanciales de ambos) llevaron adelante un discurso moral, dejando de lado la búsqueda del consenso mayoritario a través de la observación social. Por parte de las fuerzas reaccionarias era inevitable, es la forma en que siempre funcionan a falta de razonamientos atractivos que permitan justificar la necesidad de reducir empleos y salarios, empeorar las condiciones laborales, entregar riquezas públicas, asesinar libre pensadores, etc. Gran parte de las organizaciones armadas revolucionarias, en cambio, pecaron, a mi juicio (y el de varios), de sentimiento oligarca al querer justificar mediante dogmas morales la aceleración de un proceso histórico, y fue así que no supieron interpretar la voluntad de las mayorías que eran, en principio, sus aliadas naturales.

El golpe sin dudas hubiese acontecido de igual manera, como sucedió en Chile. Pero de todas formas es importante hacer esta lectura, porque el error se sigue repitiendo cuando agotamos en dogmas la justificación de nuestras demandas. Si estamos convencidos de la conveniencia popular de nuestras demandas, expliquémoslas y construyamos las formas políticas y el entramado social para llevarlas acabo, no agotemos nuestras reivindicaciones en teoremas abstractos y conceptos morales. Construyamos conciencia de pueblo, y serán entonces, los mismos pueblos, quienes escriban la historia.

Foto: "Cordobazo", 29 de mayo de 1969.

1 comentario:

  1. Y subordinar la religión a la política y/o a la moral también.

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