lunes, 9 de abril de 2012

Del capricho y la moral




El capricho es un concepto devaluado, y creo que ahí está el mayor engaño de la cultura mundial. Al capricho se lo juzga, se lo señala y se lo desprecia porque se lo teme.

Hay toda una corriente de pensamiento, desde oriente hasta occidente, que afirma que el capricho es pueril, es bajo, es débil ¡Qué infamia! Nada más fuerte existe que el capricho, la voluntad afirmándose a sí misma, prescindiendo de máscaras morales y cuentos metafísicos; el hacer, simplemente, porque se quiere.

No hay en el mundo fuerza o arma capaz de contener un capricho ajeno, y por eso se lo juzga moralmente, por eso la moral juega aquí su rol definitivo: intentar que el capricho se niegue a sí mismo, que la misma voluntad caprichosa se reprima. Es este, y no otro, el más profundo papel de la moral actual: reprimir a las voluntades fuertes, incontenibles, reprimir el potencial creador de la humanidad.

¿Es necesario reprimir el potencial de la humanidad? Creo que no, porque de hecho, quienes más sufrimiento generan a la humanidad son quienes menos se reprimen, quienes tienen más poder. La moral es (al menos hoy) más una herramienta de contención al servicio del statu quo, que un camino de redención para la humanidad. La moral, en los pueblos organizados, supo adaptarse a las necesidades de esos mismos pueblos. Hoy los pueblos no estamos organizados, y las morales no responden a nuestras necesidades colectivas.

Hoy día, con contadas excepciones (como tal vez la mayoría de los cubanos), la moral no está signada detrás de un objetivo (en el caso de Cuba la resistencia al imperialismo), simplemente porque no tenemos objetivos comunes. Vivimos mayoritariamente inmersos en morales hereditarias, que han perdido de vista su finalidad, que no nacen ya del consenso de un pueblo, y son utilizadas, tergiversadas y manipuladas para defender diversas posiciones. Así, quienes utilizan el término "libertad" para defender algunos intereses, niegan el mismo término cuando es utilizado en contra de sus propios intereses. Así, quienes niegan la legitimidad de la violencia, la utilizan cuando es útil a sus intereses.

La amoralidad (no la inmoralidad) es, entonces, hoy día, la verdadera cara de la humanidad. En un mundo globalizado, donde las fronteras son un obstáculo para la mayoría de las personas, y una herramienta de poder para unas pocas, la moral juega un rol represivo, una tradición que muchas veces impide que nos pongamos de acuerdo en objetivos comunes, por diferencias heredadas y re-creadas sin ser cuestionadas.

¿Niego entonces la utilidad de la moral? ¿Niego su existencia para siempre? No, pero sí niego a la moral como finalidad, y la entiendo como medio ¿Para qué sujetarnos a una moral sin antes haber trazado un objetivo al cual sirva esa moral?

Creo que debemos prescindir de los restos morales hereditarios que nos impiden acercarnos, para poder generar, en conjunto, objetivos. Objetivos comunes que nos permitan luego, sí, trazar las reglas morales necesarias para lograrlos. Entendiendo esas reglas no como verdades eternas, si no como meras herramientas sociales. Sosteniendo sí, si se desea, reglas morales individuales "extras", pero no buscar imponerlas, generando así la imposibilidad de organizarnos. Para esto, claro, tenemos que volver a entendernos como seres sociales, comprendiendo que el otro no es el cerco de nuestros derechos, si no la base de los mismos ¿Qué derechos tendríamos sin sociedad? Entender también que la creación social es infinitamente más poderosa y satisfactoria que la creación individual. Creo que esa es la única forma que tenemos, los muchos y muchas, de agruparnos y lograr decidir el modo en que queremos vivir, en que queremos convivir. Porque si no, nuestro estilo de vida social seguirá siendo determinado por una pequeña minoría poderosa a la cual no le interesa lograr una convivencia armónica. Una minoría que utiliza la moral como herramienta, y la utiliza, repleta de contradicciones, para someter ¿Consciente o inconscientemente? No lo sé, debe haber de ambas.

Y aquí llega la pregunta final, que no es, en realidad, más que la pregunta inicial ¿En qué mundo queremos vivir? Podemos buscar la respuesta, buscarla juntos, y encapricharnos. Abrazarnos al capricho y afirmarlo en cada respiro ¡Queremos cambiar el mundo! Lo podemos hacer, y lo vamos a hacer.



Bonus track (solo para ñoños y ñoñas):


Para mis amigos marxistas ortodoxos: mi más profunda diferencia con ustedes radica en que muchas veces predican una moral como verdad, trazando así de manera individual el objetivo colectivo(el socialismo, en su caso). Algo que, vale la pena aclarar, no considero "moralmente malo", si no, inútil. Esperar a que la inmensa mayoría de la humanidad aceptemos el objetivo que ustedes nos ofrecen, es estúpido, lisa y llanamente. Creo que cada día se hace más evidente la necesidad de que los objetivos los tracemos de manera colectiva, utilizando las herramientas teóricas, por supuesto, todas las que estén al alcance.

Para mis amigos nietzscheanos: siguiendo con el hilo anterior, entiendo que Nietzsche pifió en parte su "profecía", probablemente por no prestar suficiente atención al materialismo histórico. Nietzsche no advirtió que, cuando las condiciones materiales llevaran al ser humano a prescindir de la moral como verdad, a recuperar su autonomía creadora (algo que él no pudo encarnar), no lo haría en individuos aislados, si no que esas condiciones objetivas se replicarían en muchas subjetividades, y cada vez con mayor frecuencia, por lo cual la fuerza creativa podría llevarse de la mera voluntad individual, a la voluntad colectiva, logrando un potencial vital muchísimo más fuerte y sólido. Tengo el vago recuerdo de haber leído algún texto de él en este sentido, pero como fuera, siempre hizo hincapié en la individualidad como fuerza creativa. Una desesperanza, tal vez, al vivir en un mundo tan extremadamente disfrazado.