jueves, 5 de julio de 2012

Creemos el mundo, juntos




Hoy me agarró una noche de esas en que saco el blog de hojas donde dibujé una serie de líneas, que no llegan a ser verdad, pero que me alcanzan para agarrar un vaso de vino, mirar a los ojos a un amigo, y gritarle el retruco sabiendo que no hay nada más importante en la vida que hacerle creer, con movimientos microscópicos y un poco de telepatía que desea ser cierta, que tengo en mis manos un ancho de espadas, y no ese cuatro de bastos que me mira con admiración y un poco de lástima.

Reviso las líneas, freno para rascarme un poco la frente y ya voy recordando lo que significan. Admito con cierta frustración gastada que caigo en el cliché repetido por siglos y siglos de querer pensar que estamos viviendo la prehistoria de la humanidad. En un dejo de existencialismo amoral me regodeo admitiendo que no niego la posibilidad de que esa línea sea errónea, que puede ser que no sea la prehistoria, si no que esta es la humanidad, que así fue y que así será hasta que perezca ¿Por qué no? Nada me da la certeza de que necesariamente tengamos que superarnos, no hay por qué estar convencido de que vayamos a alcanzar, como raza, una concepción distinta, donde elijamos vivir en armonía, abrazando la idea de entendernos como seres sociales y no meros individuos.

No obstante, una vez más, elijo dejar de lado el escepticismo y abrazarme con fuerza al deseo caprichoso de luchar por ese cambio ¿Por qué? Bueno, básicamente por capricho, por el profundo deseo de abandonar la soledad de millones de individuos que nos paseamos ensimismados sin elegir, sin poder elegir realmente, cómo queremos vivir.

Claro, bien yo sé que con eso no alcanza. Entiendo que mi capricho no es herramienta suficiente, por sí sola, para encaprichar al mundo. Acepto que el voluntarismo no alcanza cuando jugamos en una humanidad que exige certezas, o cuando menos, exige algunas líneas que den esperanza, que nos permitan creer que no saltamos al vacío, porque hasta los poquitos adornos que tenemos para maquillar esa profunda soledad son un tesoro al cual a veces, nos cuesta renunciar. Y sí, claro, también están los coros conservadores. Esas voces estridentes, burdas y poco trabajadas, que nos gritan, constantemente, que nos abracemos a ese maquillaje, y que nos conformemos con trabajar duro, o engañar con inteligencia, para poder comprar un poco más de rimel y de base, o un coche, unas zapatillas y un plasma, que en esta bolsa todo da igual.

No, no te pienses que soy tan ingenuo. Yo tengo bien clarito que para jugar este juego hay que dibujar un hermoso cuadro, hecho de líneas que digan hacia dónde y cómo. Hacia dónde y cómo son las dos grandes preguntas de la humanidad... Hay! Si pudiéramos sentarnos un rato, unos cuantos ratos, en una ronda inmensa de muchos mates, a preguntarnos con honestidad cómo mierda salir de esta prehistoria solitaria... Entonces, todo sería más sencillo. O quizás no, seguramente no más sencillo, pero sí más fuerte, más bello, más caprichosamente divertido. Pero ahí están, ahí están las voces diciéndonos que no, que eso no sirve, que eso ya fue, que ya se intentó y se perdió y la que nos queda es trabajar para comprarnos un departamento hipotecado en Floresta, donde poder vivir con una compañera de fierro, de esas con las cuales da gusto compartir un vino en la cena, y desayunar unos mates con bizcochos y quizás un licuado, si es que alguno después de un mañanero en la ducha tuvo ganas de mezclar frutas y leche, o agua. Hay... todo eso es muy lindo, sí, no lo niego, pero yo también quiero que hagamos la revolución.

La revolución... ¿Para qué y cómo? Uf, carajo, qué responsabilidad! Claro está que no me da la talla para calzarme ese guante, pero puedo adivinar algunas líneas, porqué no, si total vos tenés un borrador y a mí no me ofende que me critiquen, que esa moralidad individualista, por suerte, ya la vamos dejando atrás.

¿Para qué vamos a revolucionar el mundo? Bueno, a mí se me antoja que vale la pena luchar para salir de esta realidad en la que nos entendemos como individuos que competimos contra todo. Competimos contra la pobreza, contra los vecinos y las vecinas, contra la soledad, contra "la competencia", contra la naturaleza, e incluso contra la muerte. Quizás, como dicen algunos, simplemente competimos contra la muerte, y todas las demás competencias son sólo el disfraz de ese miedo solitario que no podemos asimilar.

Es un capricho, claro, un deseo. El de vivir en un mundo donde nos entendamos como seres sociales y naturales, donde nos animemos a admitir que los demás, que la naturaleza toda influye en nosotros mismos, y que solo seremos capaces de elegir cómo vivir si elegimos cómo convivir. Y que la única forma en que podemos realmente elegir cómo convivir y, por ende, cómo vivir, es que la mayoría nos pongamos de acuerdo, nos organicemos, y enfrentemos a esa pequeña minoría que siempre se va a resistir, abrazada a su maquillaje, a dejar que los demás podamos elegir.

Tengo la clara idea de que la inmensa mayoría de la humanidad compartirá conmigo ese para qué. Quizás con otras palabras, quizás resaltando más una competencia que otra, o cambiando el enfoque y hablando de opresión en vez de competencia, aunque son dos caras de la misma moneda (y sí, algún cliché hay que meter). Cientos, miles y millones de personas han planteado muy diversos pero similares porqué, ya sea en grandes obras de la humanidad, o bien en charlas de café, o de recreo de fábrica, o recogiendo espigas en algún campo recién cosechado. La pregunta más jodida, claro, es el cómo, porque esa respuesta cambia a cada rato. El porqué es más o menos igual a lo largo de la historia, pero el cómo, ese no para de cambiar, porque claro, los coros conservadores van cambiando y también la realidad material.

¿Cómo, cómo, cómo...? Pensemos. Yo tengo alguna idea, como muchos, como muchas. Pensemos juntos, creemos juntas, juguemos a transformar el mundo, para poder elegir.