lunes, 23 de mayo de 2011

Goteras

                           

Llegué. Estoy seguro de que llegué. Es acá.

Una sensación de absoluta certidumbre se apodera de mí cuando alcanzo la cima de este monte y observo el valle que se me ofrece en frente. Es éste, sin dudas, el lugar que llevo buscando por tanto tiempo ¿Cuánto tiempo?, me pregunto y no sé contestarme. Perdí ya la cuenta de las noches de carpa solitaria entre cerros. Los amaneceres de intensos colores, las nevadas que cubrieron del más blanco de los blancos todos mis horizontes.

¿Cuántas lunas se suicidaron desde la última vez que abracé a un ser humano? Desde la última vez que vi un ser humano...

Incontables, incalculables me resultan las tardes que he pasado caminando solitario, con la verdad asumida de que yo, yo al menos, no estoy hecho para vivir en sociedad, en comunidad, siquiera en pareja.

Sentado sobre una roca de este pico, mis pies juegan sobre un precipicio que bien sería vertiginoso para quien no ha pasado, como yo, noches durmiendo colgado de una soga.

Abajo veo un paisaje imposible en su belleza. Un valle que nace blanco nevado en los picos de las cinco montañas que lo circundan.

Desde la sima que domino puedo ver como ese blanco luz se vuelve negro de golpe, oscuridad hecha de roca. Una línea, que parece no respetar formas, da paso al negro más negro después del blanco más blanco. El cambio es surreal.

La oscuridad de los cerros se empieza a matizar con esporádicos verdes a medida que la altura disminuye. Los colores van ganando terreno a la muerte y los últimos metros de ladera son de una primavera festiva.

Justo al pie del cerro en que me encuentro nace un copioso bosquecillo. Un verde profundo tiñe las copas de los árboles que pareciendo pequeños adivino majestuosos. La verde masa se extiende unos cuantos metros hacia el este y se funde con un lago, el cual está rodeado, tanto al sur como al este, por una fila de violetas árboles. Al norte su única costa pelada, de ella surge una serpiente de plata, un riachuelo que después de correr un tiempo, se pierde, casi sin curvas, en el vértice de un par de los montes.

Comienzo a descender en zig zag. El camino no es sencillo, pero a esta altura me muevo más cómodo en un cerro que en el llano.

Una paz interior indescriptiblemente profunda se apodera de mí. Siento como un leve viento acaricia mi costado izquierdo. Mis manos curtidas alcanzan una sensibilidad inédita, comprueban que las rocas en que se apoyan tiene una tersura suave, cariñosa. Mi cuerpo se funde con el olor dulzón de una primavera que se acerca.

Salto en las rocas con la suavidad de un susurro amoroso. No hay cansancio. Ningún miedo se atreve a tocar la bondad de mi alma feliz. Soy una rallo de sol que entibia la superficie de un estanque, una cuchara de azúcar endulzando el café de un amante. Disfruto al mismo tiempo la tibieza del hogar y el placer de la soledad. Plenitud.

El tiempo vuela y me arrastra. Llego al acolchonado pasto del valle y camino extasiado por un mundo de colores que sospecho nunca se vio. Flores rojas, amarillas, flores azules, violetas, naranjas, flores turquesas, rosas, flores blancas. Flores que mezclan colores en manchas, rallas, flores lisas, flores con olores dulces, amargos, flores sin olor. Flores.

Los árboles resultaron ser majestuosos nomás, terribles en su grandeza, frondosos, repletos de ramas y ramilletes que se entrelazan. Corro como un niño a internarme en el bosquecillo y me trepo por un tronco. Qué son estos árboles tan vivos - me pregunto mientras trepo y trepo ¿Respiran? Si, respiran. Es una certeza.

Juego en las ramas cuando noto la presencia de las aves. Se asoman de sus nidos y cantan a mi derredor, se agitan, bailan y juntan. Mi presencia parece haberlos despertado, mi presencia parece alegrarlos. Los hay de varios colores y tonos, mis sentidos captan remolinos de verdes en fa menor, azules bolas agitadas que cantan en do. El viento de sus alas roza mi cuerpo y mi alma quiere salir del pecho y volar con ellos, lo hace, vuelo. Vuelo con las aves y me amigo con el universo, somos uno, estoy vivo, estoy vivo.

Un grupo de bambis corre por entre los árboles justo debajo de mí. Los veo brincar, inclinar sus patas, cabecear y quiero jugar con ellos. Dejo a las aves y salto nuevamente al suelo. Corro con mis nuevos amigos, me revuelco entre ellos, nos olemos. Saltamos y brincamos, mis manos son pies y siento la tierra como nunca antes. Ruedo por el césped, soy bambi.

Me dirijo con mi nueva manada hasta el lago y sin notarlo estoy tomando agua en cuatro patas. Siento el líquido humedecer mi boca, correr por mi garganta, y recién percibo la sed cuando la estoy saciando, la ansiedad aparece, solamente, cuando se le superpone el placer. Todo es perfecto.

Un cardumen de amarillos peces pasa rozando mi nariz. Sin pensarlo me sumerjo y empiezo a nadar detrás de ellos. Soy sirena, soy delfín, soy hombre, mujer y raíz. Siento el agua pero no su temperatura. Dibujo formas en un mundo de sensaciones constantes mientras mi piel es acariciada en todo rincón.

Salgo del agua con el corazón danzando en mi pecho. El éxtasis absoluto comienza a disminuir a medida que vuelvo a respirar. Inhalo... exhalo...

La adrenalina deja lugar a una paz absoluta. Se relajan los músculos de mi cuerpo. Se relajan sin dolor mientras camino hacia el bosquecillo. El sol seca mi desnudo. Me dirijo a uno de los tantos árboles y me siento entre las raíces que forman un respaldo, un colchón de corteza suave que recibe mi lomo sin irritarlo.

Mi cabeza cae sobre uno de mis hombros. Una temperatura ideal acompaña el absoluto silencio que me envuelve mientras mis párpados empiezan a ceder. Estoy atravesando la puerta del sueño en total armonía, dejando la vigilia atrás sin siquiera notarlo cuando me trae de vuelta a la conciencia un ruido. Un goteo.

Plap, plap. Silencio. Plap, plap. Silencio.

Giro mi cuerpo, y haciendo caso omiso al ruido retomo ese estado de perfecta satisfacción. Me apresto nuevamente a dormir. Adiós vigilia hermosa, hola sueño, furtivo compañero.

Plap, plap. Silencio.

Un suave goteo no puede terminar con tan plácida tranquilidad. Me decido, igualmente, a buscar la naciente de aquel ruido, único sonido desafinado de esta alucinante orquesta.

Debe caer de algún árbol, una hinchada hoja que retiene agua - pienso mientras me paseo por el bosquecillo hermoso. Plap, plap.

La intensidad del estorbo no cesa, por lo que no me debo estar alejando. Sin embargo, nada a la vista parece justificar el sonido.

Si no puedes con él, escapa.

Cruzo el bosquecillo en un espléndido paseo. Al llegar al margen contrario, elijo un nuevo árbol, y en ese ejemplar, tan ideal como el anterior, me apresto a abrazar el sueño.

Plap, plap. Silencio. Plap, plap. Silencio.

Una leve irritación cubre mi ánimo. Cómo puede ser - me pregunto y no sé responder. El sonido se repite con similar intensidad, no me parece ni más fuerte ni más débil. Aunque tal vez la memoria me juegue una mala pasada.

Pienso. Pienso... ¡Eso! Si se escucha parecido, tan parecido, el sonido debe ser fuerte, y debe nacer de un sitio que se encuentre a similar distancia de cada rincón del bosque.

Miro en todas direcciones y mis ojos se detienen en un punto. La cola de la serpiente metálica. El fin del arroyo. ¡Eso!

Me decido a cubrir danzando toda la margen del lago hasta alcanzar el riacho. Con estilizados y largos zancos, voy atravesando los violetas árboles que en fila cubren sur y este del espejo de agua. El sonido se sigue repitiendo, pero será por poco tiempo.

Plap, plap.

Los espacios entre un par de goteos y el siguiente se van acortando. Mi danza se transforma en paso suave, mi humor tiene una grieta.

Soy muy feliz de igual modo. Mi vista se centra en las flores violetas, cada una con un tono distinto. Un aroma a te azucarado impregna el ambiente. Ruido, ese pequeño ruidillo es lo único que me separa de la perfección. Pronto volveré a abrazarla, y no nos soltaremos hasta que el tiempo deje de girar. Vida, preciosa vida.

Camino ahora junto al río, mi paso es un poco más firme. Plap, plap... plap, plap. El goteo es ahora una base de rítmicas corcheas.

Lo que a la distancia parecía un vértice entre dos montañas ahora muestra ser una amplia llanura. Alcanzo a ver, en el final del río, una caída. El ruido es acelera, debe provenir de allí. Necesito terminar con esa molestia, pero falta poco, falta poco.

Ya escucho el agua caer fuertemente, una cascada se adivina no lejos. El goteo sigue imperturbable, se impone al ruido de la catarata.

Me poso finalmente sobre el fin de la serpiente. Un paisaje abrumador humedece mis ojos. Una cascada inmensa, fortísima, cae brutalmente por unos centenares de metros. Parece imposible que tal caudal provenga del río que venía siguiendo, tan apacible como se viera. Me imagino que el riacho debe ser más hondo de lo que uno pensaba. Y el lago, cómo puede evitar vaciarse. En fin, eso no me preocupa tanto. El paisaje es impresionante. Una selva intensa nace al pie de la cascada, intensos colores surgen de las copiosas plantas que allí se acumulan. De diversos tamaños, formas y colores, la vegetación crece sin dejarle, hasta donde alcanza la vista, ni un centímetro de paz a la tierra.

Pájaros surcan volando por encima de la selva y por debajo de mis pies. La intensidad del agua golpeando al agua, el paisaje desbordante de vida, los colores de un atardecer que empieza a vislumbrarse. La perfección hecha paisaje. La perfección hecha paisaje y, sin embargo, mi espíritu está inquieto.

El ruidoso goteo me está arruinando tal vez, el momento más placentero de mi existencia. Plap, plap...plap, plap.

Ninguna gota que justifique tamaño sonido se adivina en la inmensa cascada.

Plap, plap, plap, plap. La gotas caen en mi cerebro y cada vez las oigo con mayor nitidez. Plap, plap. Grito, grito desbocado, quiero tapar el goteo. Quiero tapar el goteo pero no puedo plap, plap, plap.

Me tapo los oídos con ambas manos, y grito, grito hasta que se me desgarran las cuerdas. Plap plap plap plap. No sirve.

Me lleno las manos de tierra y la presiono contra mis odios con todas mis fuerzas. Plaplaplaplaplap, las gotas se suceden sin pausa ya.

Miro el precipicio plaplaplaplaplap. Grito y grito hasta escupir sangre. Ruido maldito ruido condenado ruido ¡Basta! ¡Basta! plaplaplaplap

Miro el precipicio plaplaplapla ¡Aaauughhhh!

Salto.

Siento el aire en mi cara, el agua me golpea el resto del cuerpo, voy cayendo mezclado en la cascada.

Plaplaplapla... Plapapap...plapap... plap... Silencio

¡Cesó el ruido! Un éxtasis se apodera de mí. Recobro mi felicidad mientras vuelvo a mi lugar perfecto. Atino a mirar hacia abajo, veo rocas, voy a morir. Cubro mi cabeza con ambos brazos, cierro fuertemente los ojos y me preparo para el impacto mientras me pregunto si me abre apu - plap... Silencio.

1 comentario:

  1. Es la narración de la trágica muerte del abominable hombre de las nieves o del yeti, ajajajajajja.

    Me gustan mucho las descripciones, el tono la verdad no puedo hacer una comentario, me gustaría saber si ese es tu registro a la hora de hablar y lo plasmas al relato o inventaste un registro para este cuento. Eso creo que con el tiempo de ir conociéndote y a la hora de charlar, ahí uno tal vez se da cuenta como se expresa juancito..

    Eso es todo....

    Saludos...

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