miércoles, 16 de febrero de 2011

¡Disfrute la vista!


   Hace poco más de una semana me encontraba yo en la ciudad de Lima. Venía viajando desde Quito por tierra, y llegado a la flamante terminal internacional de Perú me encontraba en los bolsillos con cierto dinero, el cual debía ser nada para pocos, poco para algunos, y algo para muchos. La cuestión es que pagar un pasaje en bus directo hasta BsAs me dejaba con la plata justa para comer galletas durante el trayecto de tres días de viaje. Sopesando mis posibilidades decidí realizar la vuelta en una sucesión de viajes más cortos para así ahorrarme algo de plata y, por sobre todo, tratar de mechar entre coches alguna anécdota digna de vivir.
  
   Las casualidades de la vida, o como gustan alguns pensar, los caprichos de un inmenso jugador de ajedrez, me llevaron a cruzarme a un viejo joven amigo en el camino. Juntos nos dirigimos al jujeño pueblo de Yavi, a vivir unos días de paz luego de unos meses de paz. Y fue en este montañoso caserío enajenado del ruido donde se me atoró una idea entre sueños, en realidad fueron tres, pero aquí voy a tratar sólo la primera. Como les decía, desperté en el colchón sin cama, lo cual siempre es mejor que cama sin colchón, con esta idea dando vueltas en la cabeza, y un virulento virus dando vueltas en la panza. Por ende, combinación divina, pasé el día girando sobre las sabanas y tejiendo ideas.

   Mi preocupación primaria era, y de esto no hay dudas, qué hacer si se me terminaba el papel higiénico, pero en segundo lugar, un tanto retrasado, se encontraba el cuestionamiento a la banal concepción que hoy en día se tiene respecto de la intensidad. Así es, una idea un tanto fuera de lugar, puede usted preguntarse qué mierda hacía yo pensando en la concepción actual de la intensidad, y créame cuando le digo que entiendo. Sin embargo, la cuestión tenía su lógica, tirado sobre el colchón, sin birome para escribir, con pocas ganas de leer, y por supuesto sin tele ni radio, pasé el día, como diría mi abuela, rascándome los huevos. Uno podría pensar que me aburrí en un día excesivamente largo y monótono, pero lo cierto es que me divertí, y llegada la noche realmente sentí haber vivido un día intenso.

   Fue esto lo que me hizo replantear los endebles pilares en los que la sociedad consumista y frenética actual erige la intensidad. Uno escucha esa palabra en una conversación social e inmediátamente la asocia a otros términos como `velocidad´, `vehemencia´, `fuerza´, y tal vez incluso con `productividad´. Una vida intensa, nos hace creer el sistema, se relaciona con la acumulación de actividades, el paso ágil, la velocidad del transporte, y un cóctel de café y red bull que mantenga los ojos siempre abiertos. Vivir inténsamente es vivir "a mil", llevar el auto al palo, salir corriendo, llegar cansado. Pero, permítanme decir sin humildad que, en ese cuarto de Yavi, yo caí en la cuenta de algo que ya sabía vivir pero no expresar, la intensidad en el vivir no tiene absolutamente nada que ver con la velocidad, o mejor dicho, no se mide de manera diréctamente proporcional a la velocidad con que uno vive. Creo, más bien, y aquí espero contar con su apoyo, que la intensidad de la vida se relaciona más con la sensibilidad de los sentidos y la lucidez de la conciencia de estar viviendo. Como dice algún rutero cartel uruguayo "maneje despacio, disfrute el paisaje".

   Y aquí persona, o lagartija, permítame compartir otra importante conclusión que pude alcanzar hoy mismo. Mientras me dirigía a pie hacia la casa de mi madre y disfrutaba de la tarde, me di cuenta de una tremenda falacia, de un engaño al que nos vimos sometidos, me atrevo a decir, todos y todas los terrícolas y terrícolos. Hay por allí dando vuelta una historia, una fábula que contó un tal Esopo, según la cual, alguna vez en algún lado, la tortuga le ganó una carrera a la liebre. Hoy, meditando nuevamente acerca de la intensidad vs la velocidad, caí en la cuenta de que ese cuento deja un aprendizaje de mierda, mentiroso, embustero y que, a demás, es totalmente imposible creer en su veracidad. Analicémosla juntos.

   Entiendo que en la época de esta fábula las bocinas y los motores no hacían ruido por el simple hecho de no existir, y por ello, creo en la posibilidad de que en esos tiempos los animales pudiéramos comunicarnos, mediante el habla, entre todos nosotros. Eso es creíble, y hasta tal vez verificable, sin embargo me resulta estúpido creer que realmente una liebre pueda perder una carrera a campo travieso contra una tortuga. Nótese que el mamífero en cuestión puede alcanzar una velocidad de 75km/h, mientras que la tortuga apenas si recorre medio kilómetro en el mismo tiempo. Según el relato de Esopo la liebre se duerme durante la carrera, por lo que podemos decir que, como mínimo, debe haber corrido una hora, supongamos pues que la carrera era de 80km. Para recorrer esa distancia la liebre necesitaba menos de 1 hora y 8 minutos, mientras que la tortuga necesitaría 320 horas. La liebre podría haber dormido 13 días seguidos y aún así ganar la carrera. Es decir, Esopo no sólo era mentiroso, si no lo que es más grave aún, tomaba a su público por estúpido.

   Pero, aunque parezca increíble, aún hoy, 2600 años más tarde, seguimos pensando que si las tortugas caminamos sin parar vamos a poder ganarle a las liebres. Creo estar en lo cierto al pensar que Esopo debió haber sido una liebre, el quiso y pudo convencernos de que jugando limpiamente y con un esfuerzo máximo podríamos alcanzar la meta antes que las liebres. Hoy las liebres vuelan en aviones privados, andan en mercedez descapotados, y nosotros apenas si aprendemos a usar la bici. El sistema nos dice que debemos estudiar y trabajar, estudiar y trabajar, trabajar y trabajar aún más, y así podremos algún día alcanzar las metas de las liebres. Falso, tal vez alguna tortuga tenga el ojete de encontrarse una tremenda ferrari, pero el 99,99% de los seres que caminan a pie, va a morir miles y miles de kilómetros por detrás de las liebres que manejan sus transportes de lujo.

   Aquí vengo pues, a salvar el error de aquél tremendo mentiroso que fue Esopo, yo les digo a mis hermanas tortugas lo que pienso: es altamente probable que las liebres nos sigan ganando siempre, ellas nacieron para correr, viven para correr. No tratemos de ser liebres, dejémoslas correr, nos van a ganar. Pero eso sí, les aseguro que si nos relajamos, ellas jamás van a poder disfrutar el paisaje como nosotras.

   ¡Salud!

2 comentarios:

  1. Pino, no entiendo bien q queres decir con lo q las liebres van a estar a kilometros de distancia

    Tambien me parece un mala forma de paternalismo del gobierno uruguayo sugerir a los conductores de autos q no presten atencion al camino.

    Agrego una paradoja que dijo un filosofo griego hace 2500 años con el tema de las tortugas y las liebres.
    Si corren una carrera, la liebre y la tortuga, pero la tortuga empieza con una ventaja, no importa q sea minima, ¿como hace la liebre a ganar?
    teniendo en cuenta q siempre q la liebre llegue a donde estaba la tortuga, esta va a haber avanzado un poco.
    en fin, un abrazo.

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  2. Cosi! La distancia, en este pensamiento compartido acerca de la intensidad del vivir, representa, para las liebres, para la historia, la productividad, o hablando entre nos, el "llegar lejos en la vida".

    En cuanto a tu crítica al gobierno uruguayo, la tomo para la chacota, me imagino ese es su fin, pues el paternalismo estatal no aconseja, si no que prohibe.

    En cuanto a la paradoja de Zanón, que es entre Aquiles y una tortuga, es simplemente un juego de palabras. Siempre que Aquiles llegué a la posición en que la tortuga estaba cuando el empezó a correr ella estará más adelante. Pero, si se pone una meta fija, o si simplemente Aquiles no para de correr cada vez que llega al lugar donde la tortuga estaba, la va a pasar, de hecho, la pasa. Ja.

    Otro abrazo!

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