lunes, 27 de junio de 2011

Consejo de un tipo cualquiera


Redescubrir en la presencia ajena la existencia propia. Ese es, y no otro, el secreto de compartir, aún cuando se trate tan solo de una mirada, de un tacto disimulado. Sentir la fresca presión de la suela del zapato que cometió el error de patear un charco aquella fría noche invernal, notar la húmeda presencia de una media que se aprieta entre los dedos del pie, y mientras, la nariz arde congelada. Levantar la vista, saludar a los transeúntes, escuchar en su devolución la afirmación: "existís". Es la certeza de ser, y no ninguna otra ficción, la que alegra al cuerpo que se siente reconocido.

Es allí también donde juega la indiferencia, en el hacernos pensar, en lo más arcaico de nuestro inconciente, que no existimos, que no somos, que quizás, ya estamos muertos. Nos hundimos en la más monótona soledad cuando abrazamos una rutina insensible, un andar cansino que no se reconoce en los demás andares, y que se olvida, en su ensimismamiento, de disfrutar el gracioso y cálido tacto de un guiso de lentejas.

Somos capaces de caer derrotados ante la nula reacción de un perro que se empecina en desoír nuestro llamado, podemos abatirnos mortalmente al notar frustrado nuestro anhelo más trivial, no por el objetivo esquivo, si no por pensar nuestra falta de poder como un síntoma de muerte.

Llenar la vida de sentidos, o los sentidos de vida, no es lo mismo, aunque a veces vengan de la mano. Basta concentrar la atención en una meada para disfrutar la existencia, y alcanza con coger de memoria para ser una sombra.

Enfocar la conciencia en nuestro sentir, enarbolar la experiencia sensorial como primer bandera del buen vivir, ése es, y no otro, el consejo de un tipo cualquiera.

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